La sufren: las mujeres de todo el mundo. En todos los países, independientemente de la edad, del aspecto físico, de la capacidad sensorial, de las condiciones económicas, de la religión… Lo único que las víctimas tienen en común es el hecho de ser mujeres.
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Las causas: una sola bajo distintas formas. Se trata de controlar la vida de las mujeres, su capacidad de elegir y de decidir, su posibilidad de moverse libremente, de elegir pareja, de manejar su dinero, de acceder a los bienes y a los recursos que le corresponden… Se utiliza la fuerza para ejercen ese control.
La ejercen: quienes se benefician de ese control, mayoritariamente hombres que se sienten dueños de la vida de las mujeres y que ejercen la violencia en las calles, en las casas y en el trabajo. Pueden tener una relación amorosa con ellas, pero también puede ser que no la conozcan, que sean familiares cercanos y lejanos. Lo que tienen en común esos hombres es la convicción de que su deber es controlar la vida de las mujeres, al considerarse superiores a ellas. A veces, ese control se hace a través de otras mujeres que sostienen con su violencia el orden social de desigualdad entre mujeres y hombres.
Las formas: el control y la violencia se pueden expresar en agresiones físicas, psicológicas, sexuales, económicas, verbales. A veces se manifiestan abiertamente y otras, de manera más sutil.
La violencia sexista se trata de una forma de control tan antigua que por siglos se ha considerado normal, incluso hoy todavía hay dificultades para reconocerla y muchas excusas para negarla. Se da en relaciones entre personas, pero se sostiene por las estructuras económicas y sociales, así como por una cultura machista que la justifica. Su fin es mantener la sumisión de las mujeres con la amenaza de la violencia o castigar el avance en su proceso de empoderamiento.
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