El uso social del tiempo es una de las mejores maneras de ver cómo en las sociedades del bienestar se dan desigualdades entre mujeres y hombres, unas desigualdades que persisten, a pesar de la diversidad de regímenes de bienestar existentes y de las políticas desarrolladas para mejorar la situación de las mujeres. Debe precisarse que tales sociedades, tal bienestar y tales políticas forman parte del llamado modelo social europeo, construido tras la Segunda Gran Guerra, que la crisis actual está poniendo en riesgo.
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La dimensión social del tiempo ha sido el instrumento que ha hecho visible el trabajo doméstico y de cuidados, que llevan a cabo principalmente las mujeres y que, siendo imprescindible para la reproducción de las personas y de la sociedad, no es valorado ni reconocido social ni económicamente. Las científicas sociales feministas abrieron el camino para su visualización, en la década de los 80 del siglo XX, y las estadísticas sobre el uso social del tiempo han hecho evidente la desigual distribución del uso del tiempo entre mujeres y hombres.
En España, al igual que en el resto de los países europeos, esa desigual distribución se concreta en la mayor carga total de trabajo que las mujeres asumen en el día a día. Se puede observar, además, que las españolas son las mujeres que más tiempo dedican al trabajo doméstico y de cuidados, que son las que disponen de menos tiempo libre y, en consecuencia, que los hombres españoles son los que dedican menos tiempo a ese tipo de trabajo y los que disponen de mayor tiempo libre.
Las razones de tal situación son diversas, si bien pueden resumirse diciendo que se deben a la persistencia de la división sexual del trabajo, que permanece como un escollo insalvable contra el que se estrellan las actuaciones pensadas para hacerle frente. Las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar son un buen ejemplo de tal situación. Ideadas como si solo fuesen de interés para las mujeres-madre, no toman en cuenta el aumento de las necesidades de cuidado derivadas del envejecimiento de la población ni, por descontado, la necesidad de involucrar a la población masculina en esa conciliación.
El permiso de paternidad obligado por ley, vigente en la actualidad en los países escandinavos, es una buena medida para cambiar las maneras de hacer y de pensar de los sujetos masculinos y de la sociedad, en general. Apelar de otro modo a la mejora de la conciliación a través de la corresponsabilidad parece, aunque bienintencionado, cuando menos ilusorio, en particular en los tiempos actuales, donde la crisis impone la precarización del trabajo asalariado, especialmente entre las mujeres jóvenes, y refuerza el que la disponibilidad laboral absoluta sea la única pauta que rija el proyecto de vida de las personas.
Así la cosas, no hay lugar para el desánimo, siendo el saber y la experiencia de las mujeres uno de los mejores antídotos a tener en cuenta. Conocer el uso desigual del tiempo entre mujeres y hombres ha puesto de manifiesto la contribución que hacen las mujeres al bienestar cotidiano, una aportación que resulta imprescindible aun en los países donde existe un fuerte estado de bienestar. Por lo tanto, parece obligado pensar en soluciones y en alternativas que construyan el futuro tomando en cuenta esa aportación. Para comenzar, se trata de redistribuir de manera distinta y más equitativa, entre mujeres y hombres, el tiempo necesario para asumir la carga total de trabajo diaria. Para ello, a la espera de otras medidas igualmente necesarias, es preciso que cedan sus privilegios de tiempo aquellos que en su vida cotidiana gozan de ellos sin plantearse a costa de quién o de qué los obtienen.
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