Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud y cuya causa fundamental es un desequilibrio energético entre calorías consumidas y gastadas.
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El índice de masa corporal (IMC) es un indicador simple de la relación entre el peso y la talla, que se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos entre el cuadrado de su talla en metros (kg/m2). Proporciona la medida más útil del sobrepeso y de la obesidad, puesto que es la misma para ambos sexos y para las personas adultas de todas las edades. También se considera signo de obesidad un perímetro abdominal mayor o igual a 102 centímetros (en hombres) y mayor o igual a 88 centímetros (en mujeres). Sin embargo, hay que considerarla a título indicativo, porque es posible que no se corresponda con el mismo nivel de grosor en diferentes personas. Un IMC igual o superior a 25 determina sobrepeso. Un IMC igual o superior a 30 determina obesidad.
La obesidad es la enfermedad crónica de origen multifactorial que se caracteriza por la acumulación excesiva de grasa en el cuerpo. Es un factor de riesgo que ocasiona numerosas complicaciones para la salud, repercute negativamente sobre las enfermedades e incrementa la mortalidad. Además, predispone a enfermedades cardiovasculares, diabetes, apnea del sueño, ictus, osteoartritis, así como a algunas formas de cáncer, padecimientos dermatológicos y gastrointestinales.
La OMS ha denominado a la obesidad ‘epidemia del siglo XXI’, pues se ha convertido en un problema de salud a nivel mundial. Antes se consideraba que se delimitaba a los países de altos ingresos, pero en la actualidad se ha extendido a los países de ingresos bajos y medianos. De hecho, la proporción de personas obesas en el mundo se ha duplicado en menos de tres décadas.
En nuestro entorno cultural, la obesidad es un problema social de salud pública, consecuencia de la unión del sedentarismo y de la mala alimentación. Esta puede resumirse en el consumo excesivo de grasas saturadas, azúcares industriales, carnes grasas, lácteos, productos de bollería, bebidas carbonatadas y alcohol, en detrimento del consumo de pescado, frutas, verduras o cereales, de lo que resulta el abandono de la llamada dieta mediterránea.
El problema de la obesidad infantil en el estado español es alarmante, ya que registra los índices más altos de Europa. En 15 años, la proporción de niñas y niños con obesidad ha pasado del 5% al 16% y, según la Unión Europea, el 34% de la población entre 7 y 10 años tiene sobrepeso.
Es muy probable que las personas que adquieren sobrepeso durante los primeros siete años de vida sean obesas en la edad adulta, mientras que si comenzaron a engordar entre los diez y los trece años, las probabilidades se reduzcan al 70%. Además, la obesidad a estas edades presenta sobre todo el riesgo de desarrollar en la edad adulta problemas cardiacos y respiratorios, hipertensión, hipercolesterolemia o problemas ortopédicos.
Los hábitos alimentarios, por lo general, se adquieren en la infancia y están fuertemente arraigados. Después es más difícil adquirirlos. Decía Grande Covian que es más fácil cambiar de religión que de hábitos alimentarios.
Las dietas equilibradas coinciden en recomendar que la base de nuestra alimentación deben ser los hidratos de carbono (cereales, arroz, hortalizas, frutas, legumbres…) y, en proporción muy inferior, las proteínas y las grasas: lácteos, pescado, huevos y carnes blancas, fundamentalmente. Por otro lado, es necesario modificar algunos malos hábitos, pero bastante extendidos, como no tomar nada o muy poco para desayunar, ya que es la comida más importante del día (sólo el 7% de la población del estado español realiza un desayuno completo).
En los últimos años, los datos que arrojan los estudios del Ministerio de Sanidad indican que la epidemia de la obesidad va en aumento. Además, en todos los grupos de edad las mujeres tienen más problemas de sobrepeso y obesidad que los hombres.
Si realmente los poderes públicos tienen interés en atajar el aumento de la obesidad, a la vez que se intenta paliar la desigualdad de las niñas en el tema de la obesidad, o de cualquier otro trastorno relacionado con la alimentación, es necesario intervenir en la raíz del problema, de manera transversal y con perspectiva de género.
La vía de solución está en la educación en la familia, en la escuela y en los servicios sanitarios pero, sobre todo, en el freno a la perniciosa influencia que ejercen los medios de comunicación en general que, careciendo de ética, emiten publicidad que no duda en atentar contra la salud de la población a cambio de ganancias económicas.
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