El término Intereses de Género fue inicialmente desarrollado por Maxine Molyneux (1985), que se refirió a ellos como “los intereses que las mujeres -o los hombres, en su caso- pueden desarrollar en virtud de su ubicación social de acuerdo a sus atributos de género. Pueden ser estratégicos o prácticos: cada uno se origina de distinto modo y tiene diferentes implicaciones para la subjetividad de las mujeres. Las necesidades prácticas de género son las necesidades de las mujeres en sus roles predeterminados socialmente y como responsables de ciertas cargas y obligaciones sociales preestablecidas, destinadas básicamente a la familia inmediata y a la comunidad local. Los intereses estratégicos derivan no de los esfuerzos de las mujeres por cumplir con sus obligaciones tradicionales, sino de su creciente toma de conciencia acerca de que las estructuras de dominio y privilegio masculino son imposiciones sociales y, por tanto, susceptibles al cambio”. Caroline Moser[1] y Kate Young[2] trasladan dicha conceptualización a la planificación de los procesos de desarrollo humano, llamándolas Necesidades Prácticas e Intereses Estratégicos de Género.
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Las mujeres no son un todo homogéneo en base a sus características biológicas, pero sí enfrentan problemas comunes. Existen clasificaciones que generan diversidad, como la posición de clase, la edad, la etnia, la religión, la cultura, la nacionalidad, la opción sexual, pero también desigualdades de clase, de edad, de religión, etc. La desigualdad de género es un factor más de desigualdad que une a las mujeres. Los intereses de las mujeres pueden ser generales -de clase, de edad-, que dividen a las mujeres y las unen a los hombres, a diferencia de los intereses de género, que sientan la base para que las mujeres se unan y que las enfrentan a los integrantes del otro género, los hombres. El movimiento de mujeres se basa en estos intereses de género diferenciando, a su vez, las Necesidades Prácticas (NNPP) de Género y los Intereses Estratégicos (IIEE) de Género. Las primeras son aquellas que las mujeres tienen por desempeñar los roles de género tradicionalmente asignados -como madre, esposa y ama de casa- y los segundos surgen del análisis de las desigualdades de género.
Las NNPP de Género están relacionadas con el estado material e inmediato de las mujeres, con sus condiciones de vida y la de sus familiares, como la alimentación, el agua, la leña, la vivienda, la educación, la atención sanitaria. Se formulan a partir de las responsabilidades adscritas según la división generizada del trabajo y según los roles de género tradicionalmente asignados -madre, esposa, ama de casa-. Están relacionadas con áreas específicas y con situaciones de insatisfacción, de falta de recursos; resultan fácilmente observables y cuantificables; pueden ser satisfechas con recursos específicos en un relativo corto plazo, incluso por personas ajenas como el Estado o las ONG; movilizan espontáneamente a las mujeres; y no cuestionan los fundamentos de la desigualdad de género ni transforman los roles de género. Una vez cubiertas o satisfechas, mejoran la condición tanto de las mujeres como la de sus familias en una determinada sociedad.
En cambio, los IIEE de Género se formulan a partir del análisis de la subordinación de las mujeres con respecto de los hombres. Están relacionados con las normas y con las tradiciones culturales que determinan la posición económica, social, política y cultural de las mujeres en relación a los hombres y con los pilares que sostienen las desigualdades de género, como la división generizada del trabajo, las desigualdades en el acceso a él, el control de los ingresos, la doble normatividad sexual, el concepto de familia, la doble valoración de la maternidad y la paternidad, la violencia de género como poder o dominio, el acceso y el control de los recursos y los beneficios, la discriminación cultural de las mujeres y de lo femenino, el desigual acceso a la participación y al poder en la toma de decisiones en los niveles familiar, comunitario y social. Esas normas y tradiciones culturales son comunes a todas las mujeres, aunque su manifestación varíe según la clase, la edad, la etnia, la religión o la cultura. Son más difíciles de visualizar y de cuantificar, por lo que su satisfacción es más abstracta; requiere de procesos -a largo plazo- personales y colectivos de toma de conciencia y de organización de las mujeres; implican la transformación de los roles tradicionales de género y su satisfacción conduce a una mayor equidad de género. Una vez logrados, los IIEE de Género mejoran la posición de las mujeres con respecto de los hombres en una determinada sociedad.
[1]MOSER, Caroline: “La planificación de género en el Tercer Mundo: enfrentando las necesidades prácticas y estratégicas de género”, Una nueva lectura: género en el desarrollo, Lima, Entre Mujeres, 1991, pp. 55-124.
[2]YOUNG, Kate: “El potencial transformador en las necesidades prácticas: empoderamiento colectivo y el proceso de planificación”, Poder y Empoderamiento de las mujeres, Bogotá, Tercer Mundo, S.A., 1997.
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