El Enfoque de Género en el Desarrollo (GED) es uno de los avances más importantes, tanto a nivel teórico como práctico, en el ámbito del desarrollo humano en las últimas décadas. Hasta su aparición se daba por supuesto que las mujeres se beneficiaban automáticamente de los procesos de desarrollo. Sin embargo, los estudios realizados por organizaciones de mujeres y por profesionales de instituciones internacionales durante el Primer Decenio de las Mujeres, de Naciones Unidas (1976-1985), evidenciaron que las estas ya estaban integradas en el desarrollo, pero de una forma desigual. A su vez se cuestiona el paradigma que equipara el crecimiento económico con el desarrollo. Como consecuencia, la integración de las mujeres al desarrollo no traería consigo la superación de las desigualdades entre mujeres y hombres, sino que es necesario superar las relaciones de poder características entre ambos grupos sociales. Por eso, el objetivo del nuevo enfoque GED no es incorporar a las mujeres al desarrollo, sino analizar las relaciones de poder, el conflicto y las relaciones de género, de tal forma que podamos comprender las causas de las desigualdades entre mujeres y hombres (López y Sierra, 2000[1]).
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A partir de 1985, las consideraciones sobre el enfoque de género se fueron estructurando con más fuerza. El enfoque MED (Mujer en el Desarrollo), que consistía básicamente en incorporar a las mujeres al desarrollo, comenzó a merecer serias críticas y surgió el enfoque llamado GED. Las críticas al enfoque MED se basan, por un lado, en tener en cuenta única y exclusivamente el rol productivo de las mujeres, careciendo por tanto de un enfoque integral. Por otro, en no considerar las relaciones de poder existentes entre mujeres y hombres, así como la posición de subordinación que enfrentan las mujeres. Otra de las críticas que recibe dicho enfoque se fundamenta en que reivindica la incorporación de las mujeres a un desarrollo ya construido y predefinido, haciéndose necesario el cuestionamiento de las propias definiciones de Desarrollo y de Derechos Humanos (Tamayo, 2003[2]). También se critica que bajo este enfoque se considera a las mujeres como un colectivo aislado, sin tener en cuenta que su posición no puede ser entendida aisladamente de la de los hombres.
El objetivo del enfoque GED no es incorporar a las mujeres al desarrollo, sino analizar las relaciones entre mujeres y hombres y cómo estas condicionan el impacto y la participación de unas y de otros. Este énfasis enlaza con una de las denuncias centrales del movimiento feminista: el hecho de que las relaciones entre mujeres y hombres son relaciones de poder y de desigualdad. El movimiento de mujeres presionó en la década de los 90 por el reconocimiento de los Derechos Humanos de las mujeres, abogando por la atención a las cuestiones de género. De manera que el hecho de que las mujeres se incorporaran a estas discusiones acerca de los Derechos Humanos y del Desarrollo va a impactar sobre los paradigmas dominantes.
El enfoque GED tiene en cuenta variables y factores que forman parte, por un lado, de las relaciones desiguales entre mujeres y hombres, como son el sistema sexo-género, la división del trabajo generizada, los roles de género, el triple rol de las mujeres y el acceso y el control de los recursos y los beneficios. Por otro, el enfoque GED toma en consideración las necesidades prácticas y los intereses estratégicos de las mujeres, su condición y su posición, los niveles de participación, el potencial de transformación y el análisis de las instituciones (De la Cruz, 1998[3]), imprescindibles a la hora de planificar. La corriente de GED evidencia la no neutralidad de los procesos de desarrollo y pone énfasis en la necesidad de incorporar en ellos la perspectiva de género, teniendo en cuenta las relaciones de poder entre mujeres y hombres, por lo que la falta de participación explícita de las mujeres en todas las fases de los procesos de desarrollo -planificación, ejecución y evaluación- podría traer consigo un deterioro de su situación, más que una mejora.
Dentro del enfoque GED se insertan las estrategias de Empoderamiento y la de Transversalización o Mainstreaming de Género, ambas complementarias y necesarias para superar las desigualdades de género. Estas estrategias se han ido consolidando desde la 4ª Conferencia Internacional de las Mujeres de Naciones Unidas (Beijing, 1995).
[1]LÓPEZ MÉNDEZ, Irene y SIERRA LEGUINA, Beatriz, Integrando el Análisis de Género en el Desarrollo, Madrid, Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación, 2000.
[2]TAMAYO, Giulia: “Género y Desarrollo en el marco de los DDHH”, Género en la Cooperación al Desarrollo, Madrid, Acsur Las Segovias, 2003.
[3]DE LA CRUZ, Carmen, Guía metodológica para integrar la perspectiva de género en proyectos y programas de desarrollo, Vitoria-Gasteiz, Emakunde, 1998.
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